
Tampoco madrugamos, para despedir Bruselas fuimos al parque Heysel a ver el Atomium, en principio no me llamaba mucho la atención, pero tratándose del símbolo de la ciudad no nos lo podíamos perder. Luego resulto bastante interesante la visita.

Unos pocos datos sobre el Atomium: se trata de una estructura de hierro y aluminio de 102 m de altura que representa un cristal de hierro aumentado 165 mil millones de veces. Diseñado por el arquitecto André Waterkeyn en un principio sin soportes, pero el túnel de viento demostró que eran necesarios para evitar el vuelco en caso de un viento superior a 80 Km/h.

Tras la visita al interior cogimos el coche, que lo teníamos aparcado en la misma avenida del parque de Heysel, y emprendimos el camino hacia Ámsterdam. Solamente la parada obligatoria para comer, más o menos a mitad de camino.

Llegamos a primera hora de la tarde. Tras dejar las cosas en la habitación del hotel y descansar un poco, cogimos el tren para pasar la tarde en Ámsterdam.


La verdad es que nos cundió bastante. Pudimos disfrutar de un paseo por los canales, de esa mezcla entre ambiente relajado que desprende el agua, la luz del atardecer y el bullicio de las aceras y chiringuitos que fue aumentando progresivamente mientras oscurecía.


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